viernes, 28 de septiembre de 2012

PILAR COLL, UNA MUJER QUE DEJO HUELLA: TESTIMONIOS


Pilar Coll y Amnistía Internacional
Por Eduardo Borrel y Elizabeth Selem


Después del fallecimiento de Pilar Coll nos juntamos un rato en plan de hablar, rememorar, refrescar lo vivido y lo compartido con ella en los distintos momentos de su vida, especialmente como miembro de Amnistía Internacional; pero también amiga muy cercana y querida. Pilar integró el Grupo 16 de Amnistía Internacional en 1999. Pronto, comenzó a hacer propuestas que contemplasen las necesidades de los encarcelados y desplazados. Era partidaria de realizar acciones concretas y nos empujaba en esa dirección a los miembros del Grupo. 

Después de ocho años de existencia y acción del Grupo, en el 2005 determinamos, Pilar y otros integrantes, pasar a ser "miembros individuales" para continuar aportando en el Movimiento, cada cual desde nuestras ubicaciones. Reconocimos que nuestro Grupo estaba conformado por personas mayores, con sus actividades individuales, profesionales y sociales, ya bien demarcadas. Pilar se dedicaba a un trabajo importante en beneficio de los presos de diversas cárceles de Lima desde hacía mucho tiempo, siendo convocada por ese trabajo en las instancias oficiales y privadas que trataban la problemática penitenciaria.

También recordamos que Pilar Coll fue propuesta como miembro integrante de la Comisión de la Verdad, pero que, quienes tuvieron que decidir, después de un análisis, no la nombraron como comisionada por carecer de la ciudadanía peruana. Eso, no impidió que desde el inicio, colaborara en esa Comisión con el compromiso y la dedicación que la caracterizaba. En el informe entregado en abril 2004 al pleno de la Sección Amnistía Internacional Perú encontramos constancia de ello. 

Pilar, con su título de abogada, por más que no pudiera hacer uso del mismo en el Perú siempre estuvo orientada en el universo jurídico con un tacto especial. Utilizó este saber y su larga experiencia para asesorar en forma permanente a quienes asumían el gobierno de la Sección peruana de Amnistía Internacional. Sin embargo, nunca aceptó un cargo directivo, prefirió colaborar desde el llano. 

Ella no pertenecía a una congregación religiosa, sino al Instituto de Misioneras Seglares. Esta situación le proporcionaba una gran libertad de espíritu y acción. Podía dedicarse por entero a realizar acciones que normalmente implican para otras personas recortes en su relación familiar. 

Esa libertad también –somos testigos– le llevaría igualmente a renunciar a la seguridad económica que su Instituto le ofrecía como alternativa de por vida: decidió asumir el riesgo de ganarse por su cuenta su sustento y correr la misma suerte de cualquier ciudadano de a pie en el Perú. Así fue hasta el final. 

Su vida misma representaba perfectamente la vela que –con su luz y calor– simboliza al movimiento de Amnistía Internacional. Su obsesión eran los Derechos Humanos. En su deseo de hacerlos efectivos trabajó como miembro de la Comisión Episcopal de Acción Social-CEAS, y más tarde se desempeñó como la primera secretaria ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Con toda justicia fue merecedora, además de otros premios recibidos en España y en nuestro país, de la "Vela de la Esperanza" que le otorgó Amnistía Internacional-Perú el 15 de diciembre de 2005. 

Más testimonios
Las locuras que están por venir, por Belén Roma. Descargar aquí
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Existimos a pesar de muchos, por Carmen Cardoza. Descargar aquí
Pilar Coll, una vida ejemplar, por Wilfredo Ardito. Descargar aquí

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